Sabre F-86 - Número de cola 176

Cuando era niño le pregunté a mi padre que número de cola tenía el avión F-86 que voló cuando era piloto del 11° escuadrón de caza en la base FAP de Talara. Mi afición al armado de modelos a escala me había llevado a completar un pequeño modelo de F-86 y deseaba darle un toque de realismo y nostalgia. Mi padre se había retirado a poco menos de 10 años y su amor por la fuerza aérea no había disminuido. En mi infantil mente podía percibir la nostalgia de mi padre. Constantemente repetía que el vuelo y el deporte eran las actividades más importantes de su vida. En la realidad era su familia ya que crecí con el devoto amor de mis padres y la permanente presencia de mi papá.
Armar el pequeño modelo y darle un toque personal era mi forma de devolver el cariño que mi padre me prodigaba a diario.




"El avión Sabre que yo volaba era el uno, siete, seis...". 176 iba a ser. Mis infantiles manos a duras penas terminaron el modelo y pasó a ser presencia permanente de la pequeña exhibición de aviones que se movió por toda la casa de mis padres dependiendo de la época.

Pasados los años y siendo ya un oficial de la Fuerza Aérea del Perú, mi flamante esposa y yo iniciamos nuestra vida matrimonial en el Grupo Aéreo N° 4 ubicado en Arequipa. Durante los primeros meses nos dedicamos a descubrir la belleza de la "Ciudad Blanca", dando largos paseos en mi viejo VW (hasta donde el combustible y el magro dinero de mi humilde sueldo lo permitía). Un día descubrimos el "parque del avión" ubicado en el distrito de Yanahuara. Este parque había sido recién estrenado y al centro mostraba un flamante F-86 en actitud de perenne ascenso, arriba, siempre arriba, hasta las estrellas... La vegetación y los árboles aun eran bisoños y la zona urbanizada igual de nueva.

Hace pocos días, mi esposa y yo,  tuvimos la oportunidad de regresar a nuestra queridísima Arequipa, viaje largamente esperado luego de 26 años de lejanía pero de constante y agradecido recuerdo.
Antes de regresar al aeropuerto solicité al conductor del taxi tomar un pequeño desvío para pasar por el parque del avión.

El sol de la mañana caía lateral sobre el viejo F-86 que se continuaba con su fervoroso y eterno ascenso. Esta vez los árboles sombreaban al ingenio aéreo enmarcándolo en exuberante naturaleza. La cúpula parece haber sido reemplazada por un plexiglass poco ortodoxo y las palomas han dejado sus marcas, pero el viejo Sabre sigue impresionando a la vista.



¿El número de cola? nada menos que el 176, el avión de mi padre, el número que plasmé en el pequeño modelo hace varias décadas, modelo que acompañó a mi padre durante el último adiós al piloto, al padre, al esposo, quien acaba de partir en raudo e infinito vuelo al firmamento, a los aposentos celestiales.


Observo el Sabre sobre su pedestal. El taxista espera impaciente pensando en cuanto incrementar la tarifa. No puedo quedarme más tiempo. Será para otra ocasión. Siento que el espíritu de mi padre y los demás pilotos que volaron ese avión aun se encuentra en el argento metal del Sabre. Entonces, aquel monumento viene cumpliendo con su propósito original y siempre será otra razón para regresar a nuestra querida Arequipa.


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