PILOTO FUMIGADOR (2)

Entre las incontables aventuras de mi padre, esta tiene un especial interés. Describe una experiencia cercana a la muerte, producto de esos peligrosos vuelos de fumigación agrícola. Este evento ocurrió en el mes de marzo del año 1958, en uno de los campos de la denominada Hacienda "Golondrinas", cuando mi padre trabajaba para la compañía CAFA.

Este relato lo escuché docenas de veces a lo largo de mi vida y cada vez cobraba mayor realismo y detalle. No fue hasta que mi padre -de alguna manera- recobró las fotografías que se obtuvieron de su siniestrado avión que el relato cobró vida y el dramatismo involucrado. Podría escribirlo de memoria, pero prefiero detenerme en este punto y dar paso a mi padre para que, desde las páginas de su libro "Piloto de la FAP" sea él mismo quien les pueda relatar este escalofriante episodio, el accidente que sufrió en un avión "Stearman" modificado para trabajo de fumigación agrícola.

LA MANO DE LA MUERTE 

(Extracto del libro "Piloto de la FAP" del comandante  Pedro Izquierdo Kernan)


Me encontraba muy atareado esa mañana en que el tiempo corría más rápido que el avión. Esta vez estaba usando el espolvoreador de 220 H.P. para aplicar Folidol en polvo. El ingeniero que asistía a las últimas recargas me indicaba que iba a ser necesario detener la aplicación a las 0645 pues el viento comenzaba a soplar por cortas rachas. Apresuré la carga pues sólo me faltaban dos y cada una demoraba cinco minutos más o menos.

   Trabajaba sobre un pequeño potrero pegado a un cerro elevado. El avión maniobraba muy bien cada vez que "la pasada" nos llevaba cerca de la mole rocosa. Girábamos sobre un ala luego de elevarnos, rozando su costado para volver a caer justo sobre el lindero del campo donde esperaba el “bandera”. 

Realizaba el tercer pasaje y al llegar al final tiré de la palanca y el Stearman se disparó hacia arriba, veía pasar las peñas debajo de la panza del biplano y comencé el viraje quebrando hacia la derecha. Pero, algo no andaba bien, percibí que alguna turbulencia se había presentado justo cuando subía. 
Mientras trataba de ejecutar el giro, se me congeló la sangre al comprobar que las rocas y el cerro mismo se acercaban a golpear la panza del avión y comprendí, en una micra del segundo, que el viento me arrojaba contra la elevación... chocaron las grandes ruedas y toda la estructura del Stearman se estremeció. Instintivamente empuje el acelerador todo adelante, a "full", pero el avión había quedado como suspendido en el espacio luego de rebotar en las peñas donde podía ver una señal geodésica (cota 100 metros era lo que señalaba). Desesperadamente moví la palanca sin obtener respuesta del avión, ¡estaba en situación de pérdida total de velocidad!

   Sabía lo que significaba eso, había chocado con un cerro en un punto a cien metros de altura y ahora caería como piedra sobre Dios sabe qué cosa. El motor chillaba al máximo en busca de sus inútiles RPM, no podría cambiar la situación en nada. Giré frenéticamente mi cabeza tratando de encontrar algo de qué asirme, pero todo cambiaba; el cerro, el cielo, los campos, todo giraba rápidamente y los comandos del avión no servían para nada, sueltos como si se hubieran desconectado. Un fuerte temblor agitó las alas rojas y nos hundimos de espaldas.

   Luego un ruido tremendo dominó al momento y sentí miles de chasquidos metálicos alrededor mío mientras una fuerza inmensa trataba de sacarme del asiento; mis piernas y brazos se movían a todas partes y chocaban con todo sin poder contenerlos como si fuera un pelele. Me encogí con gran esfuerzo y con todas las energías que pude reunir me tomé de unos tubos a los lados del panel instrumental y pisé los pedales. El avión giraba con increíble violencia y percibí el sonido como el de una gigantesca sierra de carpintería. Pasaban entre mis piernas trozos de madera y tubos; recién en ese instante cerré los ojos. Sabía que, en cualquier momento, en un milésimo de segundo, algo me iba a desgarrar en pedazos - ¿No es así en los accidentes de aviación? - Frenéticamente aprisionaba los tubos del fuselaje entre mis manos y apretaba los pies contra los pedales. Dentro de mí había decidido no morir, sabía que no iba a morir; estaba seguro de que regresaría a volar; aumenté mi fuerza al máximo y luché mentalmente contra la terrible posibilidad.

   Ahora suena ridículo, pero fue así. Decidí usar toda mi fuerza contra el fenómeno del que era juguete. Sabía que la Muerte se había aparecido, pero no le iba a dar gusto esta mañana. No, quizá algún otro día... Me sentía como dado en cubilete en manos de un demonio. Frente a mí desfilaron los rostros de los míos, luché con más fuerza. Pero ¿luchaba? simplemente caía. ¿Cuánto duraría una caída desde cien metros? Había abierto los ojos y veía el vertiginoso movimiento de cerro, cielo y campos sin poder creerlo.

   Hundo mi cabeza entre los hombros y me agarro de los fierros con furia demencial; no he gritado, mascullo alguna interjección por que sé que nos vamos a estrellar. Algo golpea con gran fuerza mi cabeza y mis anteojos salen disparados de la cara, un dolor intenso muerde mis hombros y mis muslos ¡las correas de seguridad! Empujé con mis botas el tanque de la tolva y siento como se hunde, siento que el demonio me gana la pelea... ¿Qué pasa ahora? Hay silencio, hay quietud, no hay dolor... me revuelco en el asiento y compruebo que estoy bien y aún sujeto. espero sin moverme... ¿fuego? ¿explosión? Siempre sucede así. No siento nada… ni un crujido... nada.

   De repente me doy cuenta de que todo ha terminado y levanto los brazos buscando el suelo, estúpido de mí ¡si estoy sentado!  Miro hacia arriba, veo un arbolito de Molle en la proximidad y observo que estamos envueltos en una nube blanca, muy blanca, - ¿El cielo de los pilotos? No se siente el calor de algún posible incendio ni nada parecido a llamas. Reacciono al fin. Suelto las amarras que me sujetan y salto fuera de la cabina -o lo que de ella queda - corro hacia el arbolito y me doy cuenta de que estoy entero. No hay dolor, no hay fracturas, pero… eso tan blanco no es… humo, es… ¡Folidol[1]! ¡Estoy todo cubierto del peligroso insecticida! Llego al arbolito y encuentro un canal de agua que discurre al lado. Me sumerjo de inmediato en el corriente aun vestido para librarme del veneno que pude hacer en mi lo que el accidente no ha logrado.

Tomado de las raíces del molle me sumerjo varias veces hasta que el cuero del saco y los guantes pierden el blanco y muestran el natural marrón. Dejo el canal y me desvisto rápidamente. Oscuras manchas rojas cubren mis músculos y vientre - las correas - me duelen los hombros y el cuello, pero nada más. Agitado y tremendamente impresionado, asoma un peón del campo con su palana[2] aún en la mano -"Capitán...capitán... ¿Qué pasó capitán? ¡Está vivo!" - y sus ojos se abrían al máximo para convencer que yo estaba ahí, en calzoncillos en pleno sol... Sonreí.

   El campesino, más tranquilo me contó su testimonio: "Ví el avión cuando caía... cómo sonaba, ¡gúa! Todo saltaba del aparato... como piedras tiraba..."  “Luego sentí el estrépito del choque con el suelo, y vi la nube blanca y el silencio después. Había corrido hacia el lugar y vio aparecer una figura completamente blanca: -".... y capitán, cojudo que soy, ¡creí que era un fantasma y regresé...! ¡capitán, se está blanqueando...!" -, me di cuenta de que el shock llegaba. Me tendí cabeza abajo en la pendiente del canal y me sentí mejor.

   Apareció el ingeniero de la hacienda en su caballo a pleno galope, corrió hacia mí me abrazó fuertemente. Tenía los ojos húmedos y no podía articular palabra. Me tomó de los brazos y me observó de arriba a abajo. Llegó la camioneta, la envió a conseguirme ropa limpia. La nube de folidol se había disipado y contemplamos los restos del avión desde la pequeña elevación. "Dios mío" - alcanzó a musitar. Yo también me impresioné. Del hermoso avión sólo quedaba el tren principal, la tolva abollada y el asiento. Alrededor de eso se esparcían en unos veinte metros de radio, pedazos de madera, tela roja y tubos retorcidos. No había motor, ni hélice, ni las alas, ni el tanque, nada. El ingeniero volvió a musitar algo que no entendí. El peón rompió el silencio sepulcral -"Capitán, usted si que nació de nuevo, mire lo que ha quedado del avioncito..."

   Pasado el susto cuya calificación sobrepasa en mucho lo mayúsculo, los demás pilotos llegaron a observar el sitio del accidente y a felicitarme por encontrarme aún e increíblemente, vivo. Más tarde, se suspendieron los trabajos de ese día y terminamos en la bodega de la hacienda San Jacinto donde me hicieron pagar una docena de Johnny Walker - destapadas -, la misma que se fue consumiendo durante todo el día. Personal de la hacienda que trabajaba con nosotros y de Golondrina, dimos buena cuenta del whisky. Entrada la noche, regrese a mi casa en Piura con más estragos causados por el escocés que por el accidente.

   Al día siguiente, el mecánico del avión me informó que todo cuanto había podido salvar del accidente eran las tres ruedas: dos del tren principal y la pequeña de cola, la tolva abollada pero completa y lo que contenía la cabina (palanca, pedales, cables, etc....). Aparentemente, el motor chocó contra el cerro desprendiéndose del fuselaje, pero la hélice que giraba a más de 2,000 revoluciones saltó de su eje y cortó los montantes que sostenían el ala superior, por encima de mi cabeza. Todo, todo había estado muy cerca de mí... pero no me había tocado. Hasta ahora pienso que la Muerte pensó divertirse un poco conmigo aquella mañana. Posó su descarnada mano en mi hombro dejándome sentir todo el frío de su cercanía; pero se contentó con eso… y me dejó seguir...


 Vista panorámica del "Potrero" de la hacienda Golondrinas donde cayó mi padre. Nótese las alas extendidas que ya habían sido acarreadas hacia el punto de caída de la cabina.


Restos del fuselaje y la cabina


 Detalle de lo que quedó de la cabina y el asiento del piloto.







[1] Insecticida de Metil Paratión fabricado por la firma alemana Bayer. Es considerado muy peligroso.
[2] PALA, como es llamada en dicha región de Piura.

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