FFAA: una insospechada fuerza política

Estamos sentados en la platea de una nación que es capaz de mostrar cifras macroeconómicas que harían delirar a un economista en los años ochenta. LA CEPAL admite que hemos logrado las “metas del milenio” en materia de la reducción de la  pobreza extrema, el PBI se ha multiplicado 5 o 6 veces, las exportaciones comienzan a diversificarse, los metales mantienen un precio de ensueño en el mercado mundial, descubrimos y explotamos gas natural, aumentamos la frontera agrícola dominando desiertos y estamos en camino a convertirnos en cocineros de fama mundial. El periodista y sociólogo Jaime De Althaus bautizó al fenómeno como la “Revolución Capitalista” debido a la velocidad de la transformación económica. ¿Cómo entender esto? ¿Cómo empezó este fenómeno?

Los  jóvenes universitarios, obreros, cadetes y oficiales bisoños de los turbulentos ochentas, salíamos a las calles y a la vida laboral heredando una crónica crisis que parecía haber sido la norma en la nación peruana. Habíamos crecido al amparo de una revolución inconclusa, que había acabado con la oligarquía terrateniente pero que había sembrado el resentimiento de una clase poderosa hacia los militares que usurparon sus privilegios. Estos mismos militares eran odiados por una izquierda atávica pero numerosa, que sin embargo no tuvo nunca la posibilidad de articular una opción política viable. Tan inviable que no tuvo más alternativa que lanzarse a la aventura guerrillera en una mala copia del castrismo cubano. En 1965 las fuerzas armadas fueron requeridas por el gobierno civil de turno para acabar con el levantamiento, y así se hizo. Costó vidas, pero quienes se lanzan a organizar una revolución conocen bien el precio que deben de pagar, y este generalmente, es el de sus propias vidas. Sin escarmentar en el fracaso guerrillero, otro pequeño burgués provinciano, con aires de gran líder espiritual y salvador de los peruanos organizó una nueva guerrilla. La conocimos por el triste y periodístico nombre de Sendero Luminoso, guerrilla que empleó los más terroríficos métodos de matanza. Sendero Luminoso se convirtió, y considerado mundialmente así, en el grupo terrorista más sanguinario de la historia, ganándole por puesta de mano a Osama Bin Laden y asesinando a más seres humanos que este último. Pero en el Perú las cosas solo se dan en grande, apareció otro grupo terrorista del mismo seno del partido político más antiguo y organizado de la historia, admirado por el propio presidente de turno por su convicción y virulencia. El MRTA asesinó selectivamente a ministros, generales, almirantes, fiscales y jueces con la misma arrogancia que Sendero Luminoso se había convertido en dueño de la vida de quienes consideraban incómodos a la revolución popular.

El terrorismo amenazó peligrosamente la vida de la nación. Hay quienes desean soslayar este hecho, por conveniencia política e ideológica, o porque simplemente no les habría importado llamar a sus compatriotas “camaradas” y ser hoy en día ciudadanos de la “república popular del Perú” o miembros del politburó. En un país así ¿existiría la inversión extranjera en minería, energía, etc.? ¿Existirían las grandes inversiones y el vertiginoso aumento del turismo a un país amigable? ¿Estaríamos construyendo una cultura culinaria? No puedo imaginar a los chefs peruanos haciendo cola para conseguir arroz, leche y papas. La historia no se escribe en base a lo que pudo suceder, pero una adecuada visión estratégica si, especialmente si no queremos que los hechos se repitan jamás.

Las fuerzas armadas y la policía unieron esfuerzos para vencer esta amenaza. Sin discutir los excesos y culpabilidades individuales, que la justicia de nuestra Nación libre y soberana está juzgando y castigando, el grupo institucional que conforma la sociedad uniformada y sus dependientes familiares que no obtuvieron ningún beneficio de esta sangrienta guerra, todo lo contrario.

Siempre se recuerda a los miembros caídos en combate y acto de servicio. Recordamos a aquellos que sufren las heridas discapacitantes que los condenan a la parálisis por vida. Pocas veces pensamos en el sufrimiento psicológico de aquellos que han vivido la inevitable violencia de la guerra y del efecto sobre quienes le rodean. Menos aun se toma en consideración a quienes, por exigencia del servicio en combate, perdieron la oportunidad de estudiar para acceder a mejores empleos y hoy en día están limitados por la edad, en un mundo laboral que exige jóvenes baratos. ¿Qué otro beneficio pueden tener estas personas además de una pensión exigua pero decorosa?

En la discusión mezquina de la política de lo superficial, en el obtuso y frío cálculo del econometrista no existen variables para medir el sacrificio ni el beneficio que el militar o el policía le ha dado a la propia economía, del propio país, de los propios agentes económicos que hoy pueden crecer con orgullo. Ese beneficio también les permite a ministros muy técnicos pero poco políticos y menos humanos, dictar políticas arrogantes enarbolando la bandera de la igualdad.

Es verdad que han existido y existen miembros de las fuerzas armadas que se han beneficiado indebidamente del erario nacional, es verdad que los generales y almirantes gozan de privilegios atávicos como mayordomos y choferes y es verdad que la escala remunerativa es injusta y desvirtúa la motivación dentro de la carrera militar. En el 2007 escribí sobre esto en PRO-INTELLECTUM[1] y fui agriamente criticado por generales y almirantes temerosos de perder estos beneficios. Pero ¿por eso deben sufrir todos aquellos que no tienen esos privilegios que son la mayoría de militares y policías? La pretensión de abolir la cédula viva del régimen militar-policial es un argumento sacado bajo la manga a último minuto y la bandera de combate esgrimida por ciertos  especialistas motivados por la revancha de haber visto a sus familias perder los terratenientes privilegios de antaño. Es increíble lo que el odio puede hacer en la mente de las personas. De igual forma tienen la intención de cerrar las escuelas de formación durante dos años, argumento consignado en el propio proyecto de la ley de presupuesto, y que la ministra ahora desea sacudirse de encima. Esto solo constituye moneda de cambio en una negociación que se ha vuelto meramente política, es buen cristiano, es un chantaje político. Suben los sueldos (¡en 5 largos años!) pero despojan a los uniformados del principal beneficio para su vejez. Añádale a esto el forado producido en los cuadros del personal que hoy en día se necesita desesperadamente en las calles para contener la delincuencia y al narcotráfico y quiera Dios que nunca más al terrorismo, hasta el momento concentrado en el VRAE. Esta política del MEF es una absoluta contradicción con las necesidades del país y el orden público.

El tema ha dejado de ser técnico ya que nunca se ha discutido la disponibilidad presupuestal debido a las históricas mejoras en la recaudación, la disponibilidad real del ingreso de los lotes de gas asignados para la defensa (defensa de la nación, sus negocios, minas y de ese mismo gas, por si no se les ha ocurrido), el ahorro y beneficio que traerían consigo la seguridad y la paz social. Ese es el beneficio que trae consigo un ejército y una policía bien equipada y remunerada ¿Por qué creen entonces que los chilenos gastan tanto dinero en armar y pagar un sueldo digno a sus militares y carabineros? ¿Acaso están locos o les encanta desperdiciar el dinero de los chilenos?

No hay que olvidar que han sido ellos quienes enseñaron el camino hacia la prosperidad a los empresarios peruanos, aunque a muchos no les guste recordarlo. Irónicamente nos están enseñando el camino hacia una realista y adecuada política de defensa, adaptada a las exigencias de un mundo globalmente comprometido. Las armas no necesariamente se empelan para luchar con un vecino, hoy en día son el vehículo internacional que busca acabar con los conflictos que aquejan a muchas naciones del orbe. La intervención militar organizada desde las Naciones Unidas es la manera en que los países se insertan en el orden internacional, se convierten en jugadores políticos de alto nivel buscando el ansiado voto en el concierto de las naciones poderosas. No es casualidad que en esta nueva era global y multipolar, las naciones gasten más en armas, desarrollen tecnología y articulen alianzas defensivas que crean lazos políticos y lubrican las relaciones para abrir mercados, en vez de estar regateando miserias en asimétricas mesas de negociación de los famosos TLC. Si esto no es suficiente, pensemos que las armas estarán listas en caso aparezca una loca aventura bélica en la región. Con tanto necio accediendo al poder esto no es improbable.

Las voces políticas más prudentes han criticado el hecho de que se discuta el cambio de régimen pensionario de las fuerzas armadas y policía en época pre-electoral. No se puede saber si esto es un maquiavélico cálculo del gobierno o una atroz metida de pata. Con solo pensar en el escándalo de los petroaudios, el negociado de panamericana TV, la matanza de policías de Bagua, el moqueguazo, los contratos del gas de Camisea, la eterna reconstrucción de Pisco, el caos vehicular de Lima, puedo adivinar que este enfrentamiento político es otro maquiavélico cálculo con nueva metida de pata.

No es inapropiado denominar al grupo humano conformado por las fuerzas armadas y la policía la “familia militar-policial”. Como toda buena familia, los unen vínculos profesionales, de camaradería, de compartir el peligro y hoy en día el rechazo de ciertos sectores sociales y al parecer del propio Estado, regentado temporalmente por el gobierno de turno haciendo caso omiso, por una vez más, del clarísimo mandato constitucional.

Esta “familia militar-policial” está conformada por todos los miembros en actividad cuya cifra es de alrededor de 150 mil almas. La cantidad de pensionistas es más del doble, pero para no pecar de exagerado digamos son otras 150 mil personas. Pero como habrá Ud. adivinado, estos miembros comparten con familias que en promedio son de cuatro a 5 miembros. Quiere decir, que al menos el cónyuge y uno de los hijos son personas aptas para votar, mas los padres, las madres, hermanos, etc. del militar y del policía. Como cifra conservadora se puede afirmar que los familiares constituyen una cantidad de aproximadamente 900 mil almas que estarían aptos para votar. Si a esto le sumamos los 300 mil miembros titulares hacen un total de 1 millón 200 mil potenciales votantes. ¿Qué significa esto?

La masa electoral nacional en la última votación fue de 14 millones 500 mil personas que lucharon en las urnas por la candidatura de Ollanta Humala y Alan García. Por si lo han olvidado, este último apenas ganó por un estrecho margen de 6% (Ver gráfico. Según cifras del JNE)

Esto quiere decir que si una fuerza electoral hubiese podido manejar un pequeño porcentaje de la votación, la balanza se habría inclinado hacia cualquiera de las partes. La familia militar-policial representa aproximadamente un 8% de la masa electoral nacional. Solo basta un motivo aglutinador para que esta actúe de manera insospechada ¿Fantasía, irrealidad, exageración?

Cuidado lector con subestimar la política, que no es arena de habladores huecos, de demagogos y ladrones, sino el campo de batalla en donde los estrategas del poder pueden derrotar a la arrogancia y al abuso, nuevamente puestos de manifiesto de manera innecesaria, inconsulta y abusiva. La política exige de conductas a la altura de la majestad de las instituciones nacionales y no solo de criterios técnicos que son totalmente discutibles, en especial cuando responden a la ideología de ciertos actores económicos y políticos de reconocida hostilidad hacia las fuerzas armadas.


[1] Izquierdo, Iván. FFAA ¿las necesitamos? PRO-INTELLECTUM- Diciembre de 2007

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