¿Ciencia o Espiritualidad?
Deslizo el dedo entre los viejos libros.
Siento el polvo y residuo de comején que suele aparecer entre dormidos volúmenes.
Al fin lo encuentro; es una de esas ediciones baratas de papel áspero y añejado
por los años; “Ensayos”; el enigmático título ha descansado por varias décadas
de desidia, pero hoy, un extraño impulso me anima a ojearlo. La compiladora es
la extraordinaria poetisa Catalina Recavarren. Busco el índice; siete autoras completan
esta selección denominada “Primer festival de Escritoras Peruanas” de 1959. Para
mi gran sorpresa encontré el nombre de mi abuela ubicada en el segundo ensayo
de esta selección, Graciela del Campo y Plata, su nombre real, Graciela del
Campo Mercier, la madre de mi querida madre. No pude conocer mucho de ella
debido a mi corta edad, pero a través de sus textos me reencuentro con la autora
y abuela, largamente ida.
Leo el ensayo rápidamente y
descubro el germen de la conservación del planeta, la guerra y la preocupación
por las futuras generaciones. La advertencia ante la exagerada confianza del
ser humano en la ciencia y la tecnología. En el llamado a retornar a la ética,
la moral y la espiritualidad. En cierta forma mi abuela, se adelantó a su
época.
¿Ciencia o Espiritualidad?
Graciela del Campo y Plata, 1959
Con la sola brújula de la intuición y
con las solas alas del pensamiento quiero llegar a la íntima verdad sobre el
ser humano hasta donde puede alcanzarse en esta vida. Pues la humanidad no ha
de encontrar su salvación en su movimiento expansivo hacia el espacio y el
misterio de los otros mundos, sino en el sondeo sincero, profundo y tenaz de su
propia esencia. Esta verdad, inmensa y de tremendos alcances que significan la
naturaleza y origen divinos del hombre, la maravillosa fuerza de su pensamiento
que tanto ha alcanzado en el terreno de la ciencia, pero que se ha quedado
paralizado en el conocimiento de sí mismo; este mundo inexplorado de la
metapsíquica, donde parece que nos arredra encontrarnos con podres y fuerzas
que ignoramos tener; todo dentro de lo posible y científico, sin llegar a creer en aparecidos ni fantasmas pero
adentrándonos resueltamente en nuestro cosmos interior, sobre todo aquellas
personas que tras una depuración constante han llegado a tener una visión más
clara de lo que realmente somos; todo este escudriñar y comprender y dominar las
posibilidades del pensamiento, es un deber de la humanidad para consigo misma.
¿Porque, de qué nos valdría cuando
aterrizáramos en las plateadas estepas lunares el contemplar otro planeta, sentir
otra atmósfera, si seguimos ignorantes de nosotros mismos y de la solución de
nuestros problemas? ¿Seremos entonces más hermanos de otros porque nos haya
besado con su gélida caricia un cercano rayo de luna?
O, sí más allá, arribáramos a las rojizas
tierras marcianas, y halláramos otras culturas, dioses y problemas, ¿traeríamos
ciencia de la paz y el abrazo fraterno? Maravilloso sería llegar a otros planetas,
comprender y preguntar. Sentirse tal vez rodeados de grandiosos y deslumbrantes
arco iris; tratar quizás otros seres superiores, algo intermedio ente la
criatura y el Creador. Pero, de vuelta a la tierra habría siempre Oriente y
Occidente, rojos y blancos, a no ser de los otros planetas viniera Dios o caudillo
a enseñarnos la verdadera convivencia, o a forzarnos con un tremendo poder
sobrehumano a ser sensatos y pacíficos, en una palabra, verdaderos hombres.
Pero, el ser verdadero hombre debe venir de dentro, de una superación del alma,
no del temor exterior. ¿Podríamos ser hombres y felices bajo un terror de algún
poder sobrenatural arribado de otro planeta?
Sería entonces la tierra como un
inmenso campo de concentración, con carceleros extraplanetarios relevándose
desde plataformas sateloides, todos nosotros sumisos y aterrados ante fuerzas superiores.
¿Y qué pasaría con el germen de la libertad apisonado en el corazón humano? Privado
de este sagrado derecho, el hombre iría retrogradando hacia el ser primitivo y
tosco de su origen, curvándose más hacia la tierra, perdiendo su contacto con
el cielo.
No, el hombre no debe tanto buscar su salvación
hacia los espacios y hacia el exterior; no tiene que hacer depender su progreso
tan solo de la ciencia, ni esperar el reino de la paz por el temor de las armas
nucleares, macabro espectro de terror y exterminio. No, el hombre debe buscar su
salvación en su propia esencia; conocer su propia alma en esta vida, y en lo que
puede descubrir en su futura supervivencia. Poseer un alma despierta a 1o
inmortal, sedienta de eternidad, saturada e irradiante de la suprema inteligencia
que alienta a todo ser, un alma evolucionada hacia los verdaderos valores, un
alma que presienta su futuro y supremo destino, desprendida de los efímeros y
mezquinos intereses terrenos; esta alma de calidad superior es la que eleva y
dignifica a la humanidad; La que abre rutas y señala metas, la que en ejercicio
de superación, en ensayo de vuelo y en ímpetu de ideal, merece realmente la inmortalidad.
Por estas almas encontrará la humanidad
su salvación y el camino de la paz, de la armonía entre las naciones, de fraternidad
mundial. Pues en la actual forma en que vivimos, con la constante amenaza de
guerras terribles e incesantes disturbios en distintas partes del mundo, la humanidad
no ha salido realmente del estado de barbarie, una barbarie tanto más horrorosa
cuanto más avanza la ciencia con sus nefastos inventos. Y digo nefastos, pues
al hombre le falta sensatez para saber hacer un uso inteligente de sus propios
inventos. La época actual tiene una tremenda responsabilidad con las
generaciones futuras ya que, si llegamos realmente a una guerra atómica total, los
resultados para los que se salven serían terribles. Y el atraso que
experimentará el mundo y la degeneración de la raza serán de tal naturaleza, que
indudablemente nuestros descendientes tendrán que maldecir nuestra ceguedad
monstruosa por haberles legado tal secuela de infortunios.
Del corazón del hombre brota la chispa de
la guerra; de su mismo corazón divinizado, orientado hacia la verdad, la bondad
y el equilibrio debe surgir la conciencia y la obligación de comenzar a ser ya
hombres verdaderos, hombres a imagen y semejanza de Dios.
Ensayo. Selección de Catalina Recavarren.
Editorial Tierra Nueva, 1959.
Primer Festival de Escritoras Peruanas Hoy
Recorte periodístico del 2 de diciembre de 1965. El periodista habría equivocado el nombre de mi abuela cambiándolo por "Gabriela". El testimonio es el de mis queridos hermanos mayores.
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