HONOR, RECONOCIMIENTO Y TRASCENDENCIA
Durante mi simple existencia he recibido muy contadas distinciones y reconocimientos. No me interesa realmente ir buscando distinciones para coleccionar y presumir. Creo que la mejor recompensa la constituye el respeto de los familiares, amigos y colegas. Sin embargo, en la vida ocurren acontecimientos que nos marcan y definen y, algunas veces, eso acarrea reconocimientos públicos, distinciones y condecoraciones.
Sucedió en el año 1995, durante las operaciones en el conflicto del Alto Cenepa, en el que tuve la oportunidad de participar. Llegué al frente de batalla de manera voluntaria, fui testigo y casi víctima de las acciones bélicas y regresé a casa con el fuerte e imperecedero recuerdo del olor de la muerte, el peligro y las acciones heroicas de mis colegas aviadores.
Con mis "hermanos de armas" en el PV1. Alto Cenepa, febrero de 1995 |
Más tarde, oficiales de generoso espíritu organizarían y solicitarían el reconocimiento para todos aquellos que estuvimos dispuestos a ofrendar nuestras vidas por el bien mayor de la Patria.
Así fue como el Estado Peruano y La Fuerza Aérea me otorgaron sendos reconocimientos, la medalla "Forjadores de la Paz" (aquella guerra realmente terminó con las disputas ecuatorianas y brindó la paz para nuestras naciones) y la condecoración "José Quiñones" por el sencillo acto de mostrar valor en combate.
Dos simples medallas resumen parte de mi historia. Dos pedazos de metal representan la entrega, honor y locura de acciones que reconocen el esfuerzo de cumplir acciones que van más allá del deber racional de un ser humano. ¿Si esas condecoraciones representan tanto de mi esencia y espíritu, haría algo para deshonrarlas, in-merecerlas y perderlas?
Esa sería una verdadera locura.
Orden Capitán FAP José Quiñones |
Condecoración entregada por el Estado Peruano
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En estos días somos testigos de la caída en deshonra de un general del ejército. Créame querido lector que como hombre de armas, la vergüenza me alcanza y se hace ajena. Despierta la justa indignación de usted y mía por que aun creemos en la honra, el buen nombre y en la decencia que hace que la sociedad sea vivible y soportable.
Cuando se cambian los valores por el dinero, por la recompensa material, perdemos nuestra alma, nuestra esencia y, finalmente, nuestro legado al futuro.
Aquel general perderá las condecoraciones y reconocimientos con los que fue distinguido a lo largo de su fructífera vida militar. El Estado Peruano, la Patria, lo despojará de las medallas que llevaba orgulloso sobre el pecho y negará los valores que alguna vez le reconocieron. Eso es peor que la muerte ya que el general deberá atravesar el juicio de la historia y este, suele ser implacable cuando es justo.
Querido lector, no lo culpo si usted piensa que soy un exagerado o un viejo idealista por valorar el honor y la reputación, pero lo invito a reflexionar en las consecuencias y en la trascendencia del asunto. finalmente ¿qué equipaje podremos llevar en el viaje de la muerte aparte de nuestro buen nombre y las obras impresas en este mundo?
Me quedo aquí con esta reflexión. Continuaré guardando con orgullo mis humildes medallitas y continuaré viviendo con las limitaciones materiales a las que nos enfrentamos los seres comunes y corrientes todos los días, porque el dinero, mal habido, no vale nada.
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