Coronavirus: autodefensa de la propia Tierra


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Leonardo Boff.-

La pandemia del coronavirus nos revela que el modo como habitamos la Casa Común es perniciosos para su naturaleza. La lección que nos transmite suena así: es imperativo reformatear nuestra forma de vivir en ella como planeta vivo. Ella nos avisando de que así como nos estamos comportando no podemos continuar. En caso contrario la propia Tierra se librará de nosotros, seres excesivamente agresivos y maléficos para el sistema-vida.

En este momento, ante el hecho de estar en medio de una guerra global, es importante que seamos conscientes de nuestra relación hacia ella y de la responsabilidad que tenemos en el destino común Tierra viva-humanidad.

Acompáñenme en este razonamiento: el universo existe desde hace ya 13,7 mil millones de años cuando ocurrió el big bang. La Tierra hace 4,4 mil millones. La vida hace 3,8 mil millones. El ser humano hace 7-8 millones. Nosotros, el homo sapiens/demens actual hace 100 mil años. Todos, el universo, la Tierra y nosotros mismos, estamos formados con los mismos elementos físico-químicos (cerca de 100) que se forjaron, como en un horno, en el interior de las grandes estrellas rojas durante 2-3 mil millones de años (por lo tanto hace 10-12 mil millones años).

La vida, probablemente, comenzó a partir de una bacteria originaria, madre de todos los vivientes. La acompañó un número inimaginable de microorganismos. Nos dice Edward O. Wilson, tal vez el mayor biólogo vivo: solo en un gramo de tierra viven cerca de 10 mil millones de bacterias de hasta 6 mil especies diferentes (La creación: cómo salvar la vida en la Tierra, 2008, p. 26). Imaginemos la cantidad incontable de esos microorganismos en toda la Tierra, siendo que solamente el 5% de la vida es visible y el 95%, invisible: el reino de las bacterias, hongos y virus.

Sigan acompañándome en mi razonamiento: hoy es considerado un dato científico, desde 2002, cuando James Lovelock y su equipo demostraron ante una comunidad científica de miles de especialistas en Holanda que la Tierra no sólo tiene vida sobre ella, ella misma está viva. Emerge como un Ente vivo, no como un animal, sino como un sistema que regula los elementos físico-químicos y ecológicos, como hacen los demás organismos vivos, de tal forma que se mantiene vivo y continúa produciendo una miríada de formas de vida. La llamaron Gaia.

Otro dato que cambia nuestra percepción de la realidad: En la perspectiva de los astronautas, ya sea desde la Luna o desde las naves espaciales, así lo testimoniaron muchos de ellos, no existe distinción entre Tierra y humanidad. Ambas forman una entidad única y compleja. Se consiguió hacer una foto de la Tierra antes de penetrar en el espacio sideral, fuera del sistema solar: en ella aparece, en palabras del cosmólogo Carl Sagan, como “un pálido punto azul”. Nosotros estamos, pues, dentro de ese pálido punto azul, como aquella porción de la Tierra que, en un momento de alta complejidad, empezó a sentir, a pensar, a amar y a percibirse parte de un Todo mayor. Por lo tanto, nosotros, hombres y mujeres, somos Tierra, que se deriva de húmus (tierra fértil), o del Adam bíblico (tierra arable).

Sucede que nosotros, olvidando que somos una porción de la propia Tierra, comenzamos a saquear sus riquezas en el suelo, en el subsuelo, en el aire, en el mar y en todas partes. Se buscaba realizar un osado proyecto de acumular lo más posible bienes materiales para el disfrute humano, en realidad para el de la sub-porción poderosa y ya rica de la humanidad. En función de ese propósito se ha orientado la ciencia y la técnica. Atacando a la Tierra, nos atacamos a nosotros mismos que somos Tierra pensante. Tan lejos ha llegado la codicia de este pequeño grupo voraz que ella actualmente se siente agotada hasta el punto de haber sido alcanzados sus límites infranqueables. Es lo que técnicamente llamamos la Sobrecarga de la Tierra (the Earth overshoot). Sacamos de ella más de lo que puede dar. Ahora no consigue reponer lo que le quitamos. Entonces da señales de que está enferma, de que ha perdido su equilibrio dinámico, calentándose de manera creciente, formando huracanes y terremotos, nevadas antes nuca vistas, sequías prolongadas e inundaciones devastadoras. Y más aún: ha liberado microorganismos como el sars, el ébola, el dengue, la chikungunya y ahora el coronavirus. Son formas de vida de las más primitivas, casi al nivel de nanopartículas, sólo detectables bajo potentes microscopios electrónicos. Y pueden diezmar al ser más complejo que ella ha producido y que es parte de sí misma, el ser humano, hombre y mujer, poco importa su nivel social.

Hasta ahora el coronavirus no puede ser destruido, solo le impedimos propagarse. Pero ahí está produciendo una desestabilización general en la sociedad, en la economía, en la política, en la salud, en las costumbres, en la escala de valores establecidos.

De repente hemos despertado asustados y perplejos: esta porción de la Tierra que somos nosotros puede desaparecer. En otras palabras, la propia Tierra se defiende contra la parte rebelada y enferma de ella misma. Puede sentirse obligada a hacer una amputación como hacemos con una pierna necrosada. Sólo que esta vez es toda esa porción tenida por inteligente y amante, que la Tierra no quiere como suya y acabe eliminándola.

Y así será el fin de esta especie de vida que, con su singularidad de autoconciencia, es una entre millones de otras existentes, también partes de la Tierra. Esta continuará girando alrededor del sol, empobrecida, hasta que haga surgir otro ser que sea también expresión de ella, capaz de sensibilidad, de inteligencia y de amor. De nuevo recorrerá un largo camino para modelar la Casa Común, con otras formas de convivencia, esperamos, mejores que la que nosotros hemos modelado.

¿Seremos capaces de captar la señal que el coronavirus nos está enviando o seguiremos haciendo más de lo mismo, hiriendo a la Tierra autohiriéndonos en el afán de enriquecer?

Leonardo Boff

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