PARA MI BANDERA, CON MALICIOSA ENVIDIA




La bandera es nuestro símbolo, emblema y para algunos, fetiche de peruanidad. Desde pequeños nos enseñaron a amarla, respetarla y defenderla. Por ella, se derramó la sangre de muchos peruanos. Como cualquier otra bandera del mundo esta podría ser vituperada por otros, quemada, pisoteada. Pero eso no matará a ningún peruano, solo dejará evidencia del primitivismo de quienes la mancillan. La bandera es también escudo y amuleto para manifestantes e invasores de terrenos. La norma nos obliga a izarla en Julio y nos impiden hacerlo cuando deseamos, espontáneamente, mostrar nuestro orgullo y peruanidad. Contiene un escudo que el Estado guarda celosamente para sí, como su propiedad privada, como si el resto, los que vivimos de a pié, no fuésemos dignos de usar nuestro escudo. De esa forma se convierte a la bandera en una especia de decreto, en imposición. Alejándola de la libre manifestación de nuestra identidad nacional. ¿Amamos por decreto, por norma? o por que el amor a la patria nace en nuestros orgullosos corazones por pertenecer a este grupo humano tan diverso, con defectos y virtudes, llamado Perú.

Quienes repiten la frase “es un saludo a la bandera” no se percatan del flaco favor que le hacen a nuestro símbolo. Pero nadie los acusa, nadie pretende enjuiciarlos por su error. Sin embargo, son capaces de enjuiciar a quienes, en su opinión, mancillan la majestad del bicolor. Es la historia de siempre, la paja en el ojo ajeno y tronco en el propio.

Está en juego el castigo a una publicación, a un fotógrafo y a una bella peruana. Los fundamentalistas de la peruanidad de reglamento los han sentenciado y la hoguera judicial será su destino. ¿No basta una reprimenda?

Al ver las fotografías no pude dejar de sustraerme al problema. El fotógrafo ha unido tres cosas bellas en la composición, la bandera, un fino caballo y una dama de inmejorables atributos. Su error: colocarlos en indebido orden. No me he sentido ofendido. No creo que sea una afrenta a mi querido bicolor. Pero debo confesar que me hizo sentir una maliciosa envidia por nuestro símbolo nacional.

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